lunes, 21 de mayo de 2007

El atrevimiento de Estudiantes le dio más autoridad a su persecución

Tiempo Argentino
Ezequiel Maggiolo le convirtió a River en el minuto 48 del segundo tiempo, cuando el Pincha atacaba con cuatro delanteros y tres volantes ofensivos

Si por algo vale la pena descompensar a un equipo, es para poner el acento en el ataque. Para que la búsqueda sin desmayos persiga la recompensa de la victoria. La historia de Estudiantes entremezcla ilusiones y ansiedad. Y desde que expulsó de su diccionario la palabra claudicar, lo impulsa el corazón. Se siente autorizado para soñar imposibles. Por eso el campeón, confiado en que la suerte suele beneficiar a los audaces, encontró en el descuento del partido un guiño cómplice del destino para mantenerse como una expectante sombra de San Lorenzo.

Pero Estudiantes debió hacer un viaje desde la incertidumbre hasta la explosión. Es que su juego no convenció. Soportó, recolectó desaciertos ajenos y aceleró cuando advirtió un resquicio. Desbordado en la contención y atascado en la zona de creación, en la primera etapa transitó a la deriva. Sólo su arquero, Andújar, lo mantuvo a flote en el marcador con dos salvadas excepcionales ante Falcao y Belluschi. El dinamismo de River por los andariveles lo había maniatado. Las variaciones del termómetro futbolero serían increíbles, porque hasta allí la propuesta revitalizada de los millonarios encontraba amparo popular.

Pero el primer minuto del segundo tiempo le impuso un quiebre al cotejo: Ortega tocó infantilmente con la mano un centro al que no llegaba y recibió correctamente la segunda amonestación, que lo sacó de la cancha. A los 40 minutos de la etapa anterior había recibido la primera amarilla por protestar un inexistente penal sobre Ferrari. Para Passarella, que acarició paternalmente el paso del hombre que acababa de complicarle el partido, comenzaría otro juego. Uno adverso, por cierto, porque los locales, en desventaja, no pudieron sostener aquel ritmo asfixiante. Y abrió una hendija que Estudiantes explotó sin titubear.

El entrenador goza de una facultad valiosísima: siempre será el dueño de los mensajes. Ayer, con cada modificación, Diego Simeone le inyectó más agresividad a su equipo, que acentuó una búsqueda sin desmayos. Primero, con Leandro Benítez por Alvarez, rearmó una retaguardia con tres defensores y buscó un volante que le diera más fluidez al pase entrelíneas. Minutos más tarde, con Pablo Lugüercio por Saucedo, acentuó la voracidad ofensiva. Y por último, con Ezequiel Maggiolo por Piatti reforzó las referencias en el ataque. Estudiantes asumió el último tramo del cotejo con cuatro delanteros (Pavone, Lugüercio, Maggiolo y Calderón, lanzado desde una posición más retrasada por la izquierda) y tres volantes de corte ofensivo: Verón en el enlace de la salida, Benítez en la organización y Sosa recostado por la derecha. Una apuesta atractiva y riesgosa.

Claro que esta postura no garantizaba la victoria. Se sabe que hasta las mejores intenciones necesitan de intérpretes lúcidos. La escenificación ultraofensiva de Estudiantes también arrastraba una sensible orfandad creativa. Los convivencia de los delanteros recortaba sus espacios para maniobrar, Benítez se mostraba intermitente y Sosa jamás escapó de la intrascendencia. El avance de Estudiantes era alevoso y desesperado, casi como un invitado consciente a una decapitación. Tan apresurado por ganar, al mismo tiempo desfilaba por la cornisa de la derrota.

River, aún replegado, conservó un rasgo elogiable de la primera etapa: los recorridos cuidados de la pelota, una manera inteligente para resistir con prolijidad. Es más, mientras Passarella sólo cosechaba insultos de sus hinchas, el equipo merodeó dos veces la victoria. Primero, Gerlo, solo en el punto del penal, pescó un rebote suelto y definió por arriba del travesaño. Segundos después, se instaló la polémica: Domínguez bajó un centro cruzado desde la izquierda y el ingresado Marco Ruben -habilitado por Benítez- superó a Andújar. Una conquista legítima que Furchi anuló incorrectamente.

El vértigo se adueñó del desenlace. Un pelotazo al área millonaria fue rechazado por Zapata hacia un costado. Más allá del error del juez asistente Claudio Rossi (señalaba el saque de banda para River), el árbitro Furchi concedió acertadamente el lateral para Estudiantes, que jugó la salida y le permitió a la Bruja Verón lanzar un envío con la rosca justa para el cabezazo de Ezequiel Maggiolo. El héroe de turno, para agigantar la sensación de que al Pincha siempre lo cobija una aparición salvadora. Y ya no se trata de una casualidad. Sino del resorte natural de un campeón que se propulsa en la audacia y no sabe de qué se trata el desaliento.



10 partidos pasaron para que Estudiantes volviera a ganar en el Monumental, algo que no ocurría desde el 2 de mayo de 1997 (4-1; con dos goles de Palermo, Ramos y Fúriga). Desde entonces había acumulado siete derrotas y dos empates. tiempoargentino@gmail.com

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